Sunday, August 11, 2013

En Puchukollo se enferman por la falta de agua y el mal olor

Carolina, de cuatro años, juega con botellas de plástico en un riachuelo de aguas servidas e imagina que son barcos. Luego se mete las manos a la boca. El viento sopla, el hedor se incrementa y ella cierra los ojos con lagañas para evitar que la tierra, las bolsas plásticas y otra basura la lastimen.

“Hace dos semanas, mi Caro tenía diarrea durante cuatro días, y en enero le duró hasta una semana”, comenta preocupada la madre de la niña, Olga Cornejo.

Olga y su hija son algunos de los vecinos que viven en inmediaciones de la planta de aguas residuales de Puchukollo, ubicada en el distrito 2 de Laja , a 32 kilómetros de El Alto, y que están rodeados de basura, hedor y sufren por falta de agua para su ganado.

La gente comenta que los problemas estomacales son frecuentes y que el hedor los marea.

Estas aguas servidas de El Alto llegan por una tubería que pasan por Puchukollo Norte, atraviesan Puchukollo Bajo y llegan a la parte sur de la zona, donde está la planta de la Empresa Pública Social de Agua y Saneamiento (EPSAS).

En época de lluvia ese líquido contaminado rebalsa por orificios de la parte superior del conducto. Los huecos fueron hechos por los vecinos para conseguir que sus animales puedan beber.

Para conocer la versión de EPSAS, una periodista de Página Siete intentó, sin éxito, entrevistarse personalmente con algún funcionario, también llamó por teléfono e envió un cuestionario que se le solicitó para este fin.

Según Lucio Quispe, vicepresidente de la urbanización San Marcos de Puchukollo Bajo, las casas más antiguas tienen agua potable de baja presión. Los vecinos nuevos la sacan de pozos.

“Esa agua de la planta hace doler la garganta como si fuera gas lacrimógeno y luego se hincha el estómago”, revela Quispe.

Además, el hedor indispone a las personas. “El olor es más fuerte cuando hay ventarrón. En la noche no hay forma de dormir y a mediodía no se puede comer porque me da náuseas”, dice Fernando Yucra, otro vecino.

Ante eso, la gente se da modos. Por ejemplo, Rosa Ticona pijchea coca y toma mates de manzanilla.

La situación empeora por los hoyos que tienen las cañerías. Comunarios admiten que además de hacerlos cavaron canales en dirección a cada una de las casas para que sus animales puedan beber.

Vacas, cerdos, ovejas, gallinas, patos y perros toman agua contaminada al lado de aves carroñeras que proliferan por el lugar.

Los animales están flacos, sucios y muchos de ellos, enfermos. Tiemblan, tienen sarnas y se les cae el pelaje. Hay algunos cerdos con ojos ensangrentados.

Según la vecina María Choque, desde enero fallecieron tres ovejas y el año pasado perdió a cuatro terneros. Esta carne y la leche de vaca son vendidas en bajos precios a los comerciantes para ser consumidas posteriormente.

“Esta planta ha sido una maldición, antes teníamos lagos con pescados, todo era verde y los niños jugaban libres con las ovejas, mire en lo que se ha convertido”, traduce del aymara Mary Luz lo que cuenta su abuela Bárbara Ticona, de 85 años.

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